Los momentos más fascinantes de la escuela eran cuando el maestro hablaba de los bichos. Tal era mi interés que me convertí en el suministrador de bichos de don Gregorio, el maestro, y él me acogió como el mejor discípulo. Había sábados y (días) festivos que pasaba por mi casa e íbamos juntos de excursión. Recorríamos las orillas del río, el bosque y subíamos al monte. Cada uno de esos viajes era para mí como una ruta del descubrimiento. Volvíamos siempre con un tesoro. Un caballito del diablo, un ciervo volante. Y cada vez una mariposa distinta, aunque yo sólo recuerdo el nombre de una a la que el maestro llamó Iris, y que brillaba hermosísima. Al regreso, cantábamos por los caminos como dos viejos compañeros. Los lunes, en la escuela, el maestro decía : "Y ahora vamos a hablar de los bichos de Pardal." Para mis padres, estas atenciones del maestro eran un honor. Aquellos días de excursión, mi madre preparaba la merienda para los dos : "No hace falta, señora, yo ya he comido", insistía don Gregorio. Pero a la vuelta decía : "Gracias, señora, exquisita la merienda."
Al narrador le gustaba la escuela
V
F
El narrador era el mejor discípulo del maestro
V
F
El maestro y el niño se veían fuera de la escuela
V
F
Se iban de escursión a la playa
V
F
Siempre volvían con una mariposa distinta
V
F
Volvían cantando
V
F
Para los padres de Pardal estas atenciones del maestro eran un horror